domingo, 25 de abril de 2010

Casa en Abandono

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Proyección de video de treinta minutos de duración mientras leo en voz alta un texto. El video consiste en una serie de planos secuencia del recorrido exterior e interior de una casa abandonada. Con un ritmo siempre muy lento, cámara en mano, se usan múltiples paneos, tilts, dollys in, out y laterales, zooms in y out y movimientos libres. El sonido es ambiente y se escuchan, a veces, los pasos del camarógrafo. El texto consiste en un relato articulado según tres instancias, todas desde un punto de vista de hablante testigo; reflexiones sobre los conceptos impuestos para el trabajo, la entrega y circunstancias del trabajo mismo y una narración descriptiva de mi experiencia en el lugar, con la cámara y personalmente.


Fotogramas del video:


































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"Testimonio" (Leído simultáneo al video)


Como punto de partida para la reflexión acerca de los conceptos de “lugar”, “territorio” y “contexto” quiero reconocer la necesidad de, para dimensionar dichos asuntos, establecer la idea de “presencia”. Esta va asociada al acto de presenciar, donde se genera una relación interactiva entre el que presencia y lo presenciado. Los dos se ven afectados mutuamente y se constatan el uno al otro, certificando su existencia. Así, la construcción de un lugar, un territorio o un contexto necesita un testigo. Es este el que por medio de la experiencia genera y arma la lógica constitutiva de estos conceptos.

Un lugar se caracteriza por lo físico. Es un espacio ocupado o que puede ser ocupado por un cuerpo, en este caso un cuerpo que lo experimenta, y si esto se prolonga en el tiempo, el cuerpo pasa a ser habitante. Este hecha raíces en el lugar, lo conoce, modifica e individualiza. Le otorga una identidad característica. He aquí el comienzo del territorio.

El territorio va desde a lo físico a lo abstracto, ya que, una vez reconocido el lugar y asumido como propio de alguien o algo, se delimita, se clasifica, generando mapas. Se caracteriza por el vasto recorrido que se ha hecho del lugar, dimensionándolo en su totalidad para luego clasificarlo, ordenarlo por medio de redes de recorrido. Así, el habitante pasa a ser superior al lugar, lo dimensiona en su totalidad, llevando la interrelación desde un nivel recíproco a otro que tiende más a la referencia a sí mismo, con el lugar subordinado a la presencia y el dominio.

El contexto parece un concepto más amplio, ya que se puede aplicar a las dos ideas anteriores e incluso también al testigo o el habitante. Es un entorno físico o de situación, ya sea político, histórico, cultural o de cualquier otra índole, en el cual se considera un hecho. Es una especie de prisma por donde pasa una información, física o abstracta, siendo modificada en su significado. Así, puede ir desde la subjetividad del que presencia hasta el sistema político que rige la delimitación del territorio. También puede ser el lugar mismo, que modifica al testigo. El contexto es orgánico y unificador, casi se podría comparar a la idea de realidad, fenomenológica u ontológica.

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Se me asigna la visita a una dirección, concepto que alude enseguida al territorio, ya que es fruto de la clasificación del lugar, concretada por las redes de recorrido, en este caso las calles. “Av. Padre Hurtado con Carlos Silva Vildosola”, una intersección, un límite. Luego el documento pasa a la especificación de lugares: “hay una casa en abandono junto a una gran construcción”. Fuerte referencia a la descomposición y la construcción, la composición. Un contraste, una dialéctica que denota el contexto social de consumo, de deshecho que se despliega en las sociedades modernas de nuestra época. Me fijo en la particular redacción “casa en abandono”, en vez de “casa abandonada”. Casa en descomposición, un estado que supone un proceso de desaparición dejado a las leyes naturales. Así como el alma abandona el cuerpo, los habitantes abandonan su casa. Junto al consumo y el deshecho está, mediándolos, la idea de mantenimiento. Y la construcción, el alzamiento de un lugar encima de otro, la curiosidad acerca de la vacuidad de un sitio, vacío por contraste con los sitios llenos. Pese a todo esto, decido basar mi investigación en la pura experimentación del lugar que me espera, dejando de lado las ideas previas que me surgen desde el documento.

Busco la dirección en el mapa y me dirijo hacia allá. Voy solo, llevo una cámara fotográfica, otra de video y una croquera para registrar. La casa es enorme, desde afuera se ve bastante descompuesta pero bien protegida, grandes candados y rejas altas, mucha vegetación, con una lógica demarcada por los grandes árboles, pero confusa por la abundante maleza. Al lado, la gran construcción en proceso, un centro comercial, donde nadie vivirá, inhabitable. Habitar un lugar tiene mucho que ver con dormir en el, abandonarse a su protección, despertar ahí. Fotos desde afuera, a la casa, al número de la dirección, al candado. Mi pasado graffitero, en el que frecuentemente me introducía a casas en abandono para pintar en su interior, me impulsa a saltar la reja. Adentro, ansioso ante la riqueza material de la casa, comienzo filmando planos secuencia en mi recorrido por el lugar. El jardín parece bien cuidado, muy frondoso, sin embargo rebosante de maleza, al menos regado. A medida que recorro las piezas, algunas de madera, de baldosas o cemento, empiezo a sentirme más que testigo, ocupador, intruso. Cuando uno hace de mirón, se inserta en el tiempo del o lo presenciado, no lo cruza, entra y sale. Los lugares se ponen en crisis, temblando ante su testigo. La casa es un documento, yo, el mirón, un testimonio, a la vez un contexto. La casa, lugar habitado, abandonado y en descomposición, pasa a ser el territorio de mi recorrido. El territorio se relaciona con una mirada cenital y a grandes rangos, que localiza sus límites, lo que documenta. El lugar se presencia, por medio de una relación física, un uso, una mirada hacia el frente, sus límites no están delimitados más que por esa mirada. El territorio puede ser el contexto de un lugar, un testigo puede ser el contexto de un lugar, pero no de un territorio, presenciar puede ser contextualizar. Un territorio no se puede presenciar directamente en su totalidad, está contextualizado ya por la abstracción limítrofe que lo supone como territorio. Así, la casa para mí es más un territorio que un lugar, ya que registradas están las operaciones que el que lo recorrió exhaustivamente, delimitándolo en su uso, el habitante, ha realizado. Todo esto en un plano íntimo, de la historia personal que conforma un territorio, personaliza un lugar. Un lugar se apropia, un territorio se genera. Me enfrento a un territorio percibiéndolo descontextualizado de sus generadores, en abandono. Olvido el lugar porque me parece un documento, delimitado, y mi relación ya no es recíproca, sino de mirón.

Empecé a sentir el peso de estar solo, los pasos, la respiración, el cuerpo. En el suelo, además de pedazos de paredes, tejas, muebles, material aislante y una abrumante cantidad de desechos de construcción, veo papeles, facturas, documentos varios en los que me conmueve sobre todo la letra escrita, el rastro de la mano de los habitantes a los que me siento violando, haciendo contacto directo con el papel en un pasado remoto. Veo fechas que oscilan en la década de los ochenta y principios de los noventa. La construcción, al lado, resonante, me deja de importar sumergiéndome en una nerviosa revisión de una intimidad suspendida. Mucho silencio, mucha soledad, testigo como de un cementerio profanado, o después de un terremoto, con todos los cuerpos medio a la vista.

En el living central, de alto cielo, con pilares de madera, hay un aparato amarillo de fierro que sostiene uno de los transversales. Hay un sillón empolvado y sin cojines, el suelo está plagado de papeles. Diarios, catálogos, anuncios, carpetas, documentos y más de esas facturas celestes, las letras algunas diluidas por la lluvia que ha entrado por el techo descompuesto, una carta de saludos festivos, un acta jurada ante fiscal, no se puede leer más que ese título y unas pocas palabras del léxico técnico. Un mapa del plan regulador del barrio y un plano de la casa, un computador desarmado y desparramado, algunas colillas. Hacia el fondo piezas y baños, una familia grande, los colores infantiles de las paredes.

Una de las piezas es la que colma mi nerviosismo, obligándome a intentar tomar una actitud de espía distanciado, invasor insensible, pero aterrado ante la intimidad decadente, la historia que parece frustrada en estas casas. En el suelo, para variar, abundan papeles, pero son distintos a los del living. Fotos y dibujos de niño, desparramados por la pieza pero no fuera de ella. Me distancio de la cámara, no filmo esa pieza, me agacho a revisar los documentos. Las fotos son la mayoría retratos antiguos de una mujer mayor bella, de un señor también mayor pero las fotos de ella parecen más antiguas, algunas en blanco y negro, con gestos muy serios el, ella sonríe, hay dos fotos de carné del viejo, Alberto. Sale en otras con sus hijos y sus hijos en otras solos, a color. Otra muy antigua, vestido de militar, de frente, no estuve seguro si era él, demasiado joven. Hay tarjetas de negocio de Alberto, una empresa de artículos de pesca masiva, industrial. Hay tarjetas de negocio de un tal Enzo y varias copias de su currículo vital. Me abstengo de leer mucho, currículo vital de Alberto también, y las cartas de los niños, con dibujos, todas dirigidas a su padre, feliz día, feliz cumpleaños, te quiero, o simplemente dibujos dedicados, unos calzoncillos. Para culminar mi estremecimiento, muchísimos exámenes médicos de Alberto, hemogramas, electrocardiogramas, radiografías, orina, algunas recetas. Este viejo se murió y se cambiaron de casa, he aquí sus recuerdos más preciados, que se yo. Me cagué con la última carta de sus hijos que leí, que, después de clasificar el material en fotos, niños y exámenes médicos, me hizo salir de esa pieza y no leer nada más en lo posible. Decía papá, te echamos de menos, mejórate pronto, te queremos, tus hijos. No pensé más en todo el resto del recorrido que si llevarme o no eso que había clasificado. También trate de pensar en embrollos teóricos para mi presentación al día siguiente, acerca de esta visita a un lugar asignado.

Volví al living, en un segundo piso, despachado de su escalera, por lo que escalé por unos ladrillos salientes, estaba lleno de documentos formales, emisiones de cheques, registros de ventas, boletas, discos, libros y carpetas y cajas llenas de ellos, nada personal, apenas letra escrita a mano. Hacia el otro sector de la casa, muchas piezas, una rodeada de espejos rotos, con una pared en semicírculo, filmé mi reflejo, me introduje en la casa, en el documento. Otro living con dos chimeneas una al lado de otra, y el sector de servicio, pegado a la cocina. Recorrí filmando y fumando como idiota hasta que llegué a una habitación pequeña, alfombrada, con color infantil en las paredes. Apagaba la cámara en las situaciones más intrusas, como revisar papeles. En su suelo muchas hojas de cuaderno plagadas de operaciones matemáticas escolares, no tan avanzadas, segundo medio, supuse. Una escalera pequeñísima también alfombrada que me dio mala espina, más de la que ya me inundaba, que llevaba a un segundo piso de la misma pieza. Dudé al subir y una vez arriba, fumando, más hojas de cuaderno rasgadas, sueltas y en algunos cuadernos, solo matemáticas, solo ecuaciones, y en el marco de una cama, todo alfombrado, unas cuantas tiras de medicamentos, aspirina, oplex, para la garganta, y otro que no reconocí. Esa pieza de mierda, era tan pequeña, tan abrasadora con su alfombrado felpudo, tanta letra escrita a mano. Miré por la ventana hacia la parte trasera del sitio, gigantesca, y vi que el techo se continuaba como a una especie de establo. En eso escucho pasos, cerca mío, en la cocina hacia el patio interior del sector de servicio, bajo la ventana opuesta a por la que había mirado. Me entró un terror afiebrante, apagué el cigarro y empecé a transpirar y a temblar. Desee que fuesen los perros que había visto hace un rato, pero eran pasos de hombre, iban lento, tropezaban sutilmente con los escombros, sin embargo no eran cautelosos, estaban registrando el lugar. Controlé mis piernas temblorosas y me pegué a la pared, escondiéndome de las posibles vistas que pudieran tener a través de la ventana hacia mí. Quise que solo me estuviera penando el viejo Alberto, que no fuera alguien peligroso que se le ocurriera robarme los equipos, quizás. O un cuidador molesto, o que se yo, solo que ese lugar, ahora lugar por la presencia de otra persona, no más documento, no era para nada una situación normal para toparse con alguien, esa casa estaba teñida de no se que sensación desagradable, demasiados registros, demasiado territorio, muy grande, muy exitosa en un tiempo pasado, pero ahora decadente y hostil. Cómo no había visto o escuchado al hijo de puta antes. Traté de ver sus pies, no pude, rodeó mi pieza y salió por el living de doble chimenea. Canalicé todo mi miedo ante el viejo no sé si muerto, los hijos que lo extrañan, las facturas celestes, las letras humanas diluidas por el agua, los escombros, las paredes descascaradas de colores infantiles, la alfombra, en odio por ese intruso. Ahora el invadido era yo, en mi tarea íntima de mirón sentimental, por este hostil ente que me iba a robar mis equipos y quizás golpearme, aprovechándose del lugar. Ya me asaltaron una vez, a los trece años, en una casa en abandono.

Me dispuse a salir del lugar como fuera, a la mierda las fotos, los dibujos y los exámenes que había dejado clasificados en esa otra pieza fatídica, a la mierda la casa, ahora salvar mi pellejo y el de mis equipos. Espere un momento, no quería ser sorprendido bajando por esa escalera estrecha, hubiese sido una posición demasiado vulnerable ante el agresor. Tomé un fierro que estaba en el marco de la ventana que daba al establo, no era el mejor fierro para defenderse, pero serviría. Era el corredero de las cortinas, del largo de mi brazo y del ancho de un bastón. Miré por la ventana, no vi rastro, bajé silencioso asomándome lo antes posible, la alfombra ayudó a amortiguar mis pasos, algo bueno que hiciera la alfombra esa. Salí al living de doble chimenea, con el fierro a mi costado en posición vertical, un poco escondido tras mi pierna derecha. Miré por la ventana hacia el patio central. Vi, en la pared inferior al marco de la ventana, huellas de gatos que hubieron huido por ahí. Salí por una pared abierta, debe haber tenido un ventanal, y al recorrer brevemente el patio con la mirada, me topo con el cuerpo invasor, mirándome de frente. Era un flaite de mierda, con jeans de tiro largo bajados, zapatillas deportivas y polera gris, pelo corto y moreno, como de unos dieciocho años, supe que iba a tener que pegarle y correr. Se puso a gritarme weas agresivas, oye, weon, que estai haciendo, conchetumadre, a ver, mientras se acercaba a paso rápido agitando los brazos. Sin decir nada, cuando estuvo a la suficiente distancia, le planté el fierro con toda mi fuerza en la mejilla derecha. Aprovechando el impulso de giro, me di vuelta y salí corriendo hacia el portón. Pasé por el living central y salí por la ventana hasta el portón que salté en seguida, cortándome un poco la mano y el brazo. Una vez afuera, un auto me tocó la bocina mientras caía, luego correr una cuadra hasta el auto, donde recobré el aire sin poder dimensionar lo sucedido. No recordaba la cara del asaltante al recibir el golpe, no miré atrás nunca, no sé que hice con el fierro, dónde lo tiré. Estaba demasiado excitado y aterrado.

Ahí me revisé la herida, no era nada. Pensé en mi reacción y en lo bien que había salido, en Alberto, en su venganza frustrada. Me reí de mis pretensiones artísticas con el trabajo sobre el lugar, de cómo el miedo y la supervivencia habían burlado cualquier reflexión racional, de los documentos clasificados que dejé atrás, de la intimidad de los de la casa y en lo que al final me había sumido. Lo que fue realmente experimentar el lugar, mi posición inicial de recorrerlo y ver qué salía de eso. Los planos secuencia que no tienen nada de esto último, quedando en suspenso e insignificancia. Me sentí el contexto de todo, de un lugar que había pasado a ser territorio, documento, para luego volver a hacerse lugar y disolverse en sola situación, debido a la amenaza de otro contextualizador, el agresor. Los papales se cambian según el contexto, son ocupados, hurtados orgánicamente. De mirón, había sido descubierto y recriminado, pero pico con lo de mirón, un enfrentamiento así no tiene nada que ver. Solo me pregunte por qué un encuentro entre dos hombres solos en lugar así debe ser necesariamente un poco hostil. Hay cosas que aclarar, una pregunta inicial muy clara, una razón para hablar demasiado obligatoria. El resto era agradecimiento y tranquilidad y claro, ganas de contarlo.

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1 comentario:

Alí Reyes dijo...

¿Donde puedo ver este vídeo?